Reflection

Guerra y paz en el contexto del diálogo inter-religioso: una visión resumida

Abstract

Tenemos que recordar que en situaciones de guerra es bienaventurado el que trabaja por la paz (Mt 5, 5). Según la visión cristiana, las personas deben estar siempre dispuestas a dar el primer paso. En sus esfuerzos pacificadores no deben excluir a nadie, sino incluirlos a todos como “prójimos”. Deben estar dispuestas a perdonar y a dar su propia vida por amor, siguiendo el camino de Cristo en medio de la violencia. Cristo nunca dijo “no tengas enemigos”, pero sí dijo “ámalos”. Traer la paz en condiciones de guerra es anunciar el mensaje del amor en un mundo violento, con la confianza que nos da la fe pascual de que al final será el amor, y no el odio, el que tenga la última palabra.

Preámbulo

Nuestro mundo está cada vez más interconectado y, siendo como somos diferentes, necesitamos unirnos para asegurar la paz. Un comienzo se produjo el 27 de octubre de 1986, cuando Juan Pablo II invitó a Asís a líderes de todas las religiones del mundo para orar por la paz en un mundo que se estaba volviendo cada vez más violento.

“El hecho de que tantos líderes religiosos se hayan juntado para rezar es en sí mismo una invitación dirigida hoy al mundo para que tome conciencia de que existe otra dimensión de la paz y otro modo de promoverla, que no es el resultado de negociaciones, compromisos políticos o acuerdos económicos. Es el resultado de la oración, la cual, en la diversidad de religiones, expresa una relación con un poder supremo que sobrepasa nuestras meras capacidades humanas” (Discurso de Juan Pablo II a los representantes de las Iglesias y Comunidades Eclesiales Cristianas reunidos en Asís para la Jornada Mundial de Oración del 27 de octubre de 1986).

Unos veinte años después, en un encuentro de líderes religiosos celebrado del 23 al 25 de mayo de 2005 en Tarrytown (Nueva York) se hacía la siguiente afirmación:

“Estamos de acuerdo en que las tradiciones cristiana y musulmana son clarísimas a propósito de la sacralidad de la vida humana y de la protección de todas las formas de la creación, incluyendo el medio ambiente… Por lo tanto creemos que la posición común mantenida por nuestras dos tradiciones… reclama la eliminación de las armas nucleares de la faz de la tierra.”

El 11 de septiembre de 2005, hombres y mujeres de diferentes religiones se juntaron en un encuentro organizado por la comunidad San Egidio en Lyon (Francia) para reforzar un humanismo por la paz. Sin paz el mundo se vuelve inhumano. El encuentro reiteró que las religiones rechazan la violencia, la guerra y el terrorismo porque el nombre de Dios es "Paz". Ninguna guerra puede ser santa. El camino de la paz es el diálogo, que hace del extraño un amigo.

Permítanme pasar de la historia a la semántica. Si examinamos las palabras que aparecen tan a menudo en el discurso actual sobre la guerra y la paz, encontraremos que la semántica puede arrojar alguna luz sobre la cuestión. En las lenguas semíticas, un nombre representa el campo semántico al que pertenece. Por ejemplo, en árabe la palabra “salám” está relacionada con los conceptos de salud, bienestar, protección, seguridad y paz. El término árabe “jihad” (lucha, batalla) viene del término “jahada”, que se ubica en el campo semántico de los conceptos relacionados con los verbos "esforzarse por", "trabajar por" y "molestarse por". En Túnez el mismo término se traduce ya como "ascetismo", ya como "lucha por la justicia".

Podemos notar también que en las lenguas indoeuropeas los nombres se utilizan en frases que revelan cómo los campos semánticos de la guerra y la paz están inextricablemente unidos entre sí. La lengua es un signo de cómo una cultura capta la realidad. Por ejemplo, “guerra” se convierte en un modo de proteger algo o a alguien. Ya los romanos habían acuñado en su literatura la conocida frase: si vis pacem, para bellum (si quieres la paz prepara la guerra). A partir de Munich 1938, el término "appeasement[1] ha pasado a significar un modo de hacer concesiones con el fin de evitar la guerra y mantener la paz. Si las palabras reflejan la realidad, la semántica de la guerra y la paz puede demostrar lo estrechamente entretejidas que están las condiciones de una y otra. Nosotros usamos con naturalidad expresiones como "luchar por la paz" o "guerra justa". Los cruzados utilizaron la expresión: "Dios lo quiere".

Tres perspectivas éticas sobre la guerra y la paz

En el actual contexto de los esfuerzos que se hacen por la paz hay tres expresiones recurrentes: “ética de la paz”, “ética de la guerra” y la ética más general aplicada a la situación de guerra. Las tres suscitan la cuestión de cuál es la conducta moral adecuada en situaciones críticas. Hablaré sucesivamente de cada una de estas expresiones y perspectivas.

Ética de la paz

Todas las religiones han dado origen a movimientos pacifistas, incluso radicales. Esta perspectiva es lo que llamo una ética de la paz, o una ética que da prioridad a la paz sobre la guerra. Un punto de referencia podría ser el budismo: existe en él un mandamiento de proteger toda vida, en toda situación y condición, y no permitir que otros maten o sean matados (Sutta–Nipala, 394). No se sacrifica a los animales, no se entra en un prado para evitar matar a los insectos, no se pesca, no se caza, no se depura el agua para evitar matar incluso a los microbios. El príncipe Gautama era consciente de lo difícil y poco realista que sería imponer la ley de la no violencia a los muchos príncipes que le rodeaban, todos ellos llamados a defender las fronteras de sus reinos. Pero, aun así, en los tres tratados de Buda dirigidos a los soldados, insiste en que matar está siempre prohibido, incluso en el caso de defensa de las fronteras naturales: "El heroísmo en la guerra conduce a un infierno especial". La ética de la paz puede siempre verse desde una perspectiva negativa, en cuanto niega el lado agresivo de la realidad humana, y también como indiferente a las situaciones de injusticia y de miseria.

Ética de la guerra

Si la ética de la paz sostiene la paz a cualquier precio, debe señalarse que todas las religiones han albergado tendencias guerreras, movimientos belicistas, incluso radicales. La violencia ha sido considerada como el único modo eficaz de construir una sociedad mejor, más justa y pacífica. Desde esta perspectiva podemos hablar de una “ética de la guerra”.

Un punto de referencia evidente son las "gentes del libro": la Torah, el Evangelio y el Corán. Se ve cómo la guerra formaba parte de la situación normal en el Próximo Oriente (tanto en el antiguo como en el moderno): el Señor combate con su pueblo, y, si es necesario, contra su pueblo. Sin embargo, el hecho de que las tres religiones monoteístas se centren exclusivamente en un solo Dios, excluyendo –incluso por la fuerza– a los otros dioses, no debe ser considerado como la razón por la que las tres religiones del libro dan testimonio de la cruel realidad de la violencia y de la guerra. También religiones no semíticas consagran el carácter religioso de la guerra; por ejemplo, en el Gita, Krishna aconseja a Arjuna que tome las armas por una causa justa en el campo de batalla de Kurukshetra.

Una ética radical de la guerra puede encontrarse actualmente en la “teología del terror” proclamada por el movimiento de Osama bin Laden y por grupos como los talibanes o el Hizb al Taharir (Partido Islámico de Liberación), fundado en Jerusalén en 1953. Desde este punto de vista, no hay otro camino para conseguir el objetivo, para imponer y promover el bien y eliminar y proscribir el mal, que el terrorismo y la lucha armada. La inspiración religiosa de una tal ética belicista radical está en una lectura muy selectiva de la enseñanza del Corán sobre la guerra. El Corán dice: "lucha contra los que, en el camino de Dios, luchan contra ti, pero no seas agresivo. Dios no se complace en la agresión" (2, 190). Por eso, en la tradición hadith se sugerían diversos límites con el fin de defender a los no combatientes, y ulteriores límites fueron elaborados por los estudiosos islámicos de la jurisprudencia. Pero la posición radical extrema mantiene que mientras la ley de Dios no impere en todas partes, especialmente en la tierra del Islam, y mientras los Estados Unidos y sus aliados, musulmanes y no musulmanes, sigan haciendo la guerra contra Dios, todo creyente está obligado a destruir radicalmente el mal, impulsado por un odio ciego e inflexible hacia "Occidente". Esta lectura selectiva, unilateral y parcial del "libro sagrado" puede inspirar el terrorismo, pero la siguiente cita muestra claramente cómo es más importante construir puentes que reclamar una justicia moral exclusiva:

“Durante demasiado tiempo los musulmanes nos hemos tapado los oídos y hemos gritado fuerte ‘Islam significa paz’ para acallar el ruido negativo de nuestro libro sagrado. Mucho mejor sería admitirlo. No borrarlo ni revisarlo, sencillamente reconocerlo y así unirnos a los cristianos y judíos moderados en el confesar los ‘pecados de la Escritura’, como dice un obispo norteamericano hablando de la Biblia. Actuando así, los musulmanes mostrarían una consideración que crearía confianza entre las comunidades mayoritarias de Occidente” (Irshad Manji, Time, 25 de julio de 2005, p.60).

Hasta ahora he intentado mostrar cómo la guerra y la paz están vinculadas entre sí. Por último, paso a hablar de la aplicación de la ética a la guerra y a las situaciones de conflicto, para preguntarnos si es posible avanzar hacia una ética justa y amorosa que tenga en cuenta la vida de todas las personas.

La ética de la paz aplicada a la guerra

En el encuentro de Asís en enero del 2002, los representantes de las religiones del mundo reconocieron que nadie puede matar en nombre de Dios. En el primer mandamiento de un decálogo por la paz, Juan Pablo II, en una carta dirigida a todos los jefes de estado, expresaba el acuerdo al que habían llegado todos los líderes religiosos:

“Nos comprometemos a proclamar nuestra firme convicción de que la violencia y el terrorismo son incompatibles con el auténtico espíritu religioso, y, al condenar cualquier recurso a la violencia y a la guerra en nombre de Dios o de la religión, nos comprometemos a hacer todo lo posible por eliminar las causas que están en la raíz del terrorismo” (Carta de Juan Pablo II a todos los jefes de estado y de gobierno del mundo y Decálogo de Asís por la paz, 24 de febrero de 2002).

En el reciente encuentro con líderes religiosos musulmanes en agosto del 2005 en Colonia (Alemania), Benedicto XVI condenó cualquier clase de terrorismo:

“Gracias a Dios, estamos de acuerdo en el hecho de que el terrorismo de cualquier tipo es una opción perversa y cruel, que manifiesta desprecio hacia el sagrado derecho a la vida y que mina los fundamentos mismos de toda sociedad civil”(Discurso de Su Santidad el Papa Benedicto XVI, Colonia, sábado 20 de agosto de 2005).

Conclusiones

De todo lo dicho podemos sacar algunas conclusiones.

1. La ética radical de la guerra debe ser condenada, aun reconociendo que la violencia está presente por doquier, en todas las cosas. Es parte de nuestra naturaleza humana: estará siempre presente si tenemos que defender nuestro yo, nuestro propio ser, como diferente de otros seres. El acto creador nos hace diferentes, nos arraiga en la diversidad (Gn 1), una diversidad que refleja la riqueza de Dios y que debería enriquecer a la humanidad. Sin embargo, nosotros usamos nuestras diferencias (religión, raza…) para atacarnos unos a otros y provocar la violencia. Las religiones tienen que reconocer que, en su diversidad, han dado lugar a conflictos y violencia. En este contexto violento que parece rodear a los seres humanos, la ética de la paz quizá parezca “no realista”, pero eso no significa que las religiones no puedan y deban ser constructoras de paz.

2. A pesar de toda la violencia presente en los tres libros sagrados monoteístas, bajo la guía pedagógica de Dios, se da una creciente conciencia de que una ética de la paz puede establecer las condiciones bajo las cuales la guerra sería posible. Desde la mentalidad que permite eliminar una vida humana en compensación por la pérdida de un ojo, los libros sagrados avanzan hacia el progreso moral de solamente ojo por ojo (ley del talión) y, finalmente, hasta la invitación a dar la propia vida para salvar otra vida humana. Las religiones pueden construir confianza por medio del diálogo y de la compasión, de la solidaridad y del entendimiento entre las culturas.

3. Esta creciente conciencia pacifista anima la reflexión sobre la guerra justa, que puede defender a la humanidad contra acciones bélicas arbitrarias o intencionadas. No sería ético negarse a utilizar medios violentos limitados para ayudar a las personas que corren peligro de muerte. Hay también una conciencia creciente de que la paz sin justicia no es paz. Esto nos hace ver claramente las raíces de la violencia: marginación cultural, injusticia económica y dominación política. Estas situaciones injustas generan violencia, la cual fácilmente se expresa usando una retórica religiosa. La religión es una carta que puede jugarse con facilidad para animar a la violencia, aun cuando la religión como tal no tenga nada que ver.

4. Tenemos que recordar que en situaciones de guerra es bienaventurado el que trabaja por la paz (Mt 5, 5). Según la visión cristiana, las personas deben estar siempre dispuestas a dar el primer paso. En sus esfuerzos pacificadores no deben excluir a nadie, sino incluirlos a todos como “prójimos”. Deben estar dispuestas a perdonar y a dar su propia vida por amor, siguiendo el camino de Cristo en medio de la violencia. Cristo nunca dijo “no tengas enemigos”, pero sí dijo “ámalos”. Traer la paz en condiciones de guerra es anunciar el mensaje del amor en un mundo violento, con la confianza que nos da la fe pascual de que al final será el amor, y no el odio, el que tenga la última palabra.

Santa Severa, Roma,
Viernes 16 de septiembre de 2005

Original inglés
Traducido por José Luis Vázquez SJ



[1]La palabra inglesa appeasement significa literalmente "pacificación" o "apaciguamiento". En la historiografía española se suele hablar más bien del "contubernio de Munich" (N. del T.).

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Publicado por SJES ROME - Coordinador de Comunicaciones in SJES-ROME
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