Testimonio

Era la obra de Dios, no la mía

Lisa Connell, Delegate for Social Ministries, Australia Lisa Connell, Delegate for Social Ministries, Australia

¡Buenos días a todos y todas! Me gustaría empezar expresando mi gratitud por la oportunidad de compartir con vosotros mi trayectoria en el apostolado social. Hoy estoy ante vosotros como una mujer blanca, de clase media, con sólida formación y afortunada por todas las grandes oportunidades que se me han ido ofreciendo a lo largo de mi vida. Crecí rodeada de afecto en una familia católica en la que la Iglesia y la espiritualidad siempre desempeñaron un papel decisivo. Sin embargo, en todo momento latía en mi interior la sensación que este entorno privilegiado no «me pertenecía» ni era un «derecho» en propiedad: se trataba de un «don» que debía compartir con otros. Ya desde joven sentía que, si bien había sido «educada», realmente no «entendía» el mundo, que había algo más profundo que explorar. Anhelaba desesperadamente algo llamado «sabiduría», ¡pero también quería emociones y aventura, quería cambiar el mundo a mejor!

Así que a los 18 años partí a vivir aventuras en muchos lugares lejanos. Trabajé como voluntaria en comunidades aborígenes: limpié aseos, hice la colada y cociné (¡bastante mal, por cierto!). Una vez terminada mi formación como enfermera, volví a marcharme para trabajar como enfermera e investigadora en Papúa-Nueva Guinea, Uganda, Iraq, Cachemira, Pakistán y Afganistán. Tener una personalidad que ve oportunidades más que obstáculos me permitió decir «sí» a estas invitaciones.

En todos estos países me sumergí en un mundo en el que se cuestionaba seriamente la importancia que se concede en Occidente a la «eficacia», la «productividad» y la toma racional de decisiones. Ingresé en un mundo diferente en el que todo era relacional y el sufrimiento inmenso y la supervivencia diaria constituían la realidad de la vida. Pasé mucho tiempo escuchando, pero también preguntándome si no formaba yo parte de una economía política en la que mi estilo de vida solo era posible a expensas de otros.

No todo fue un camino de rosas. En numerosas ocasiones fui amenazada por denunciar la corrupción y retenida/detenida en puestos fronterizos de Iraq y Pakistán. A los 21 tuve un accidente en Papúa-Nueva Guinea que me causó importantes lesiones en la cabeza. La curación física requirió un año, pero tardé mucho más en recuperar procesos cerebrales básicos como la memoria, el habla y la capacidad analítica. Tener acceso a una excelente atención sanitaria y contar con una personalidad resuelta me permitieron recuperarme bien. Me di cuenta de cuán privilegiada era.

Mis viajes han propiciado siempre experiencias tan cuestionadoras como inspiradoras. Momentos de desolación han venido asociados con sentimientos de miedo e ineptitud, así como con la conciencia de que yo no podía «arreglar» los asuntos más profundos. Todavía estaba demasiado inmersa en la mentalidad occidental de los «resultados» y el «impacto» y no entendía realmente el valor del acompañamiento. Esta sensación de desesperanza y desesperación resultaba en ocasiones abrumadora. Niños de corta edad morían en mis brazos porque no conseguía llevarlos a un hospital a tiempo. En Uganda, el 40 % de las mujeres que trataba en la clínica prenatal eran seropositivas. Brotes de rabia, de tuberculosis, de meningococo: aquello parecía no tener fin. Empecé a percatarme de que toda esta injusticia y todo este sufrimiento debían ser encuadrados en un «contexto mucho mayor» y de que, si bien yo debía hacer todo cuanto pudiera, a la vez tenía que «ponerlo en manos de Dios»; y ahí fue donde empezaba el trabajo de verdad y cuando yo sentí probablemente la mayor consolación. Era la obra de Dios, no la mía.

¿Dónde estaba Dios en todo esto? A veces me resultaba difícil ver a Dios en medio del miedo, el sufrimiento, la frustración; otras veces, Dios estaba claramente presente: en las personas y en cada «instante». Viví maravillosos momentos de consolación cantando y bailando con diversas comunidades. Al caer la tarde, enseñaba a bailar a las jóvenes enfermeras en los complejos hospitalarios de Uganda: la música de Elton John cedía paso a los tambores cuando las clases desembocaban en veladas de danzas locales ugandesas. Pacientes con sida se levantaban de sus camas y se unían a la fiesta. Las monjas decidían participar de la diversión y se ponían asimismo a bailar. En medio de tanta muerte había necesidad de encontrar sentido y alegría en el momento presente y en nuestras relaciones en el aquí y ahora.

Trabajar junto con las monjas en Uganda fue un privilegio. Sus historias de asombroso valor durante los regímenes de Idi Amin y Obote eran increíbles. A despecho de las numerosas amenazas que recibían de diferentes facciones, se ocupaban de cualquiera que necesitara ayuda. Recuerdo que pensaba que estas mujeres eran las verdaderas «feministas» del mundo. ¡Su fortaleza, sus aptitudes, su fe y su humor me inspiraron!

Me reuní con admirables mujeres musulmanas afganas que enseñaban en secreto a los niños de su localidad durante el régimen talibán, sabedoras de que, si eran descubiertas, los talibanes las matarían. Me dijeron: “Los niños son nuestro futuro; por eso lo hacemos”.

Oraba y trabajaba con comunidades religiosas, pero nunca lo hacía conscientemente para llevar el Evangelio a los pobres, ni para mayor gloria de Dios, ni para construir el reino de Dios. Nunca he entendido ese lenguaje y todavía hoy lucho con él. Sentía que tener humildad, alegría, apertura a Dios y compasión era suficiente: Dios y el Espíritu Santo pueden trabajar luego cómo juzguen necesario. Comencé a explorar más sobre mi fe y las enseñanzas de esta, en particular las asociadas con la teología de la liberación y la opción preferencial por los pobres.

En realidad, solo recientemente he explorado a fondo el concepto de «solidaridad» y reflexionado sobre María al pie de la cruz: ella no podía alterar el desenlace ni aliviar el sufrimiento de Jesús, y además corría peligro… pero allí estaba.

Estudios adicionales en gestión y administración de empresas, liderazgo, teología y yoga y una tesis doctoral sobre la trata de personas me llevaron a distintos puestos de responsabilidad, entre ellos el de Directora de Misiones en varias organizaciones y mi actual función de Delegada para los Ministerios Sociales de la provincia jesuita de Australia. En muchos sentidos, unirme a la comunidad jesuita fue como volver a casa.

En conclusión, me siento agradecida por la oportunidad que he tenido de aprender de –y ser inspirada por– las personas y comunidades que me han ido invitando a trabajar y vivir con ellas. Me siento también muy agradecida de poder prestar un servicio en tareas de liderazgo en el seno de los ministerios sociales jesuitas y seguir diciendo «sí» a Dios dentro del apostolado social.

Gracias

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Publicado por SJES ROME - Coordinador de Comunicaciones in SJES-ROME
SJES ROME
El SJES es una institución jesuita que ayuda a la Compañía de Jesús a desarrollar la misión apostólica, a través de su dimensión de promoción de la justicia y la reconciliación con la creación.